El Arco de Berà fue, es y será un símbolo. Se erigió a finales del siglo I a. C. para homenajear a Augusto y para conservar el recuerdo de Lucio Licinio Sura, que lo hizo construir.
A lo largo de la historia, su imagen se ha utilizado como reclamo en las portadas de los libros, en los carteles publicitarios y en los suvenires de los turistas.
Dos mil años después, este arco honorífico sigue siendo uno de los mejores símbolos de la memoria del pasado romano y de todo aquello que los romanos quisieron comunicar a las sociedades del futuro.
El Arco de Berà se construyó sobre la Vía Augusta a finales del siglo I a. C., pero la imagen que podemos ver hoy en día no es exactamente la misma que vieron los romanos.
A lo largo de los siglos, el monumento ha sufrido numerosas modificaciones. Aparte del deterioro por el paso del tiempo, algunas restauraciones desafortunadas, e incluso un atentado, hicieron peligrar seriamente su integridad.
Hoy en día, el monumento que podemos ver cuando pasamos por la carretera N-340 es el resultado del último trabajo de restauración realizado en 1998 y que fue el fruto de un cuidadoso proceso de investigación, encabezado por el arqueólogo Xavier Dupré. El arco está incompleto, ya que falta un cuerpo superior donde probablemente había un grupo de esculturas que representaban a Augusto y otros miembros de su familia
En el año 27 a. C., el emperador Augusto inició una reforma administrativa en la que Tárraco pasó a ser la capital de la provincia Hispania Citerior. En este marco, el emperador organizó una reforma de la red de vías que supuso un cambio de trazado de la vía Hercúlea a su paso por Tárraco. Esta reforma supuso el cambio de nombre de la vía, que a partir de ese momento pasó a llamarse Vía Augusta.
Desde Tárraco, la vía nos llevaría hacia el sur hasta Gades (Cádiz) y hacia el norte hasta los Pirineos, donde enlazaría con la vía Domitia para seguir su camino hacia Italia. Hoy en día, cuando seguimos el territorio de norte a sur por la carretera de la costa, continuamos utilizando casi el mismo itinerario que trazaron los romanos hace 2.000 años.
La huella de Augusto fue profunda en Tárraco. Tras su estancia en la ciudad entre los años 27 y 25 a. C., Tárraco fue objeto una gran transformación para convertirse en la ciudad que el emperador había imaginado. La construcción del teatro y, más adelante, del templo dedicado al culto al emperador son una muestra del impacto que generó la figura de Augusto en Tárraco.
En este contexto, el Arco de Berà se levantó sobre la Vía Augusta también con el objetivo de honrar a Augusto. Aunque este tipo de construcciones se conocen como arcos de triunfo, no siempre se construían para conmemorar una victoria militar. Así, pues, es más adecuado utilizar el término arco honorífico. Aunque no todos tenían la misma función (podían marcar límites territoriales, estar relacionados con ríos o tener un carácter funerario), la gran mayoría se erigieron en honor al emperador.
Si nos detenemos frente al arco, todavía podemos ver, en la parte superior, los restos de una inscripción que dice que Lucio Licinio Sura dejó en su testamento la orden de construir el arco.
¿Quién era Lucio Licinio Sura? La verdad es que conocemos muy poco de este personaje. Sabemos que no nació en Tárraco, sino que era originario de la colonia Victrix Iulia Lepida (Velilla de Ebro, Zaragoza), donde empezó a hacer carrera política. Cuando Tárraco se convirtió en capital de provincia, se trasladó a la ciudad ya que vio la oportunidad de prosperar social y económicamente.
La verdad es que no le deberían ir nada mal, las cosas; el hecho de haber ordenado la construcción del arco así nos lo demuestra. Lucio Licinio Sura quiso levantar este monumento con una doble finalidad: por un lado homenajear al emperador que tanto había significado para Tárraco y, por otro lado, conservar la memoria de su nombre para toda la eternidad.